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Fragmento extraído del libro Violencia contra la mujer, de Lidia Falcón:

TORTURA PARA MUJEREs

LA VERDADERA HISTORIA DE LAS BRUJAS

En 1.985 se organizó en Barcelona una exposición de instrumentos de tortura usados en el período comprendido entre la Edad Media y ¡1.900!. Entre los instrumentos ya conocidos por nuestra generación para infligir dolor o incluso la muerte a un semejante (la guillotina, el garrote, el cepo, la picota...), se encuentran otros realmente imaginativos, y cuyo uso era desconocido en la actualidad. Así, una pera vaginal de hierro, se introducía en la vagina de la víctima y se abría lentamente mediante un tornillo hasta desgarrar las entrañas, o unas tenazas de hierro herrumbroso que, como describe el comentarista, “se revisten de espantosa fascinación cuando se descubre, mediante las estampas de época y los textos indicativos que acompañan a la muestra, que son, en realidad, un desgarrador de senos empleado en toda Europa entre 1.300 y 1.700”. El comentarista añade: “Especialmente desagradable, una vez conocida su función, es un pequeño objeto ahusado de hierro y bronce, primorosamente labrado y procedente también de Venecia. Se trata de una pera oral, rectal y vaginal, que se embutía en las diversas cavidades de la víctima. Una vez introducida, se desplegaba por medio de un tornillo. La pieza tiene una serie de puntas que desgarran el fondo de la garganta, el recto y la cerviz del útero. Un diablo grabado en el extremo penetrante del objeto permite suponer que este instrumento concreto se utilizaba para someter a tortura a mujeres acusadas de coyundas satánicas”.

 

Robert Held, el historiador organizador de la muestra, explicó que “a partir de lo que sabemos, en base a los archivos estudiados, el 80 % de las víctimas de torturas han sido siempre mujeres. La razón es obvia: la tortura ha sido tradicionalmente un trabajo de hombres”. El historiador subrayó que “sin duda alguna la razón más profunda de la tortura es que proporciona placer al que la realiza”.

La prensa reprodujo algunas fotografías de los instrumentos, la mayoría de ellos ideados para torturar a mujeres. Una foto muestra unos largos hierros en uno de cuyos extremos hay unos aros y en el otro un gran bucle, semejantes a unas pinzas. El pie de un dibujo con la víctima sujeta dentro explica: “La porquería de la hija”. Este tormento de sardónica denominación y origen inglés, tuvo su triste fama de 1.500 a 1.670. Las martirizadas quedaban inmóviles, incapaces de ningún movimiento de resistencia, a merced de los pateos, quemaduras y agresiones sexuales de todo tipo, al ser inmovilizadas por un simple artilugio de hierros que envolvía el cuello, las muñecas y los tobillos.

El doctor Robert Held considera “un error pensar en la tortura como algo perteneciente al pasado y propio de determinados lugares”. A su juicio, la tortura no requiere épocas ni ambientes especiales. “Hacer sufrir a otros seres humanos es una necesidad irresistible en el ser humano, especialmente en el ser humano de sexo masculino”. El historiador asegura que el 80 % de las personas torturadas y asesinadas en la hoguera eran mujeres. Entre 1.450 y 1.800 murieron en Europa entre dos y cuatro millones de mujeres quemadas, según se desprende de los archivos investigados por Robert Held. El historiador cree que estos datos repetidos durante siglos y siglos de la historia de la humanidad explican mucho de la mentalidad masculina del torturador. Son horrores inventados por el hombre (no por la mujer), eminentemente sexuales y de una crueldad increíble. “En cambio, la tortura a hombres no está tan dedicada a la sexualidad, como si hubiera cierto pacto entre ellos”. Algunas piezas de tortura destinadas a mujeres, por ejemplo a una “bruja” que tuvo la osadía en la época de propagar un anticonceptivo bastante eficaz, son la pera vaginal, las pinzas, las tenazas ardientes, el cinturón de castidad, el desgarrador de senos, las máscaras infamantes o el violón de las comadres. Durante muchos años se sumergía en el agua, maniatadas, a muchas mujeres sospechosas de brujería. Si la mujer se ahogaba, era inocente. Si flotaba, entonces era bruja y moría también, pero en la hoguera.

Las máscaras de “cabeza de cerdo” se estilaban entre 1.500 y 1.800 con profusión y variadas formas “artísticas”. Para su escarnio, fueron colocadas a millones de mujeres acusadas de adulterio, de dudosa preñez, de hablar en la iglesia o de no guardar silencio ante su marido.

La historia masculina de la infamia, que se escribe todos los días de nuestra cotidianeidad, en estos tiempos democráticos y liberales, es igualmente espeluznante, pero todavía no se recoge en ninguna muestra ni es comentada por los/as especialistas. Solamente la negligente crónica de sucesos de la prensa diaria guarda testimonio para la posteridad...

 

Fuente: http://www.mujeresenred.net

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