Mitos y creencias respecto a la sexualidad femenina y masculina
La pareja está inevitablemente influida por las expectativas culturales sobre la conducta que deben tener hombres y mujeres respecto de la sexualidad. Crecemos dentro de un medio familiar y cultural que valida y estimula el desarrollo de la sexualidad en los hombres enseñando, por lo general, todos los aspectos del erotismo y la vida sexual en forma abierta a los hijos varones. Por otra parte, a muchas niñas se les enseña a evitar el tema de la sexualidad, a vivir lo relacionado con el sexo como algo lleno de temor y culpabilidad.
Junto con esta forma de socialización surgen gran cantidad de mitos sobre las conductas propias para cada sexo, que sin duda determinarán de alguna manera, la forma de comportarse en hombres y mujeres. Estos mitos dicen relación con la masculinidad asociada a la dureza, violencia, tomar la iniciativa, la no expresión de la afectividad y priorización de la razón por sobre la emoción, etc..; por otra parte la femineidad está asociada a la pasividad, la debilidad, la sumisión, la suavidad, priorizando el uso de la emoción por sobre la razón, etc..
Así el hombre o la mujer que no responde a estos cánones es descalificado en cuanto a su identidad sexual (a los hombres se los acusa de "finos","raros","afeminados" y a las mujeres de "ahombradas", "marimachos").
En los hombres se suele asociar ciertas conductas a la virilidad. Se piensa por lo general que si alguien no es brusco, ni rudo, ni agresivo, y además es afectuoso, expresivo en lo emocional, será signo de que tiene problemas de identificación con su propio sexo. El mito está en pensar que un hombre que tiene conductas de este tipo, se parecerá a las mujeres y por ende deberá preferir a los hombres (al igual que las mujeres).
Lo mismo sucede con las mujeres si son bruscas o más agresivas en su actitud. Se piensa que deben sentir como los hombres y por ende, deberán gustar de las mujeres (al igual que los hombres). Así estos mitos confunden la identidad sexual con ciertos formas de establecer relaciones con los otros, que son individuales y personales (dependen del carácter de cada uno y de la formación en su familia de origen).
Esto determina la forma de enfrentar la vida sexual en ambos integrantes de la pareja, generando así visiones dicotómicas sobre la vida sexual y las vivencias asociadas a ella. Así los hombres tienen, por lo general, una expectativa de una relación de pareja centrada en una vida sexual satisfactoria, y las mujeres en cambio centran sus expectativas en una relación de pareja satisfactoria en el plano afectivo y romántico.
Por tanto, cuando la pareja se encuentra sexualmente surgen las diferencias en cuanto a la actitud frente a la relación sexual. La mujer tiende a tener una actitud pasiva y de sumisión, por lo general con bastante temor (intenta evitar el encuentro sexual varias veces), y su entrega va directamente ligada a la afectividad entre ambos.
En cambio el hombre tiende por lo general a ser sexualmente más activo, tiende a tomar la iniciativa, a preocuparse por la eficiencia y rendimiento en la relación sexual. Además su interés tiende a estar en la satisfacción y en los aspectos eróticos de la situación, por sobre los aspectos afectivos.
Cuando esta visión de la sexualidad se lleva al extremo las parejas tienden a tener dificultades, ya que por lo general se espera que las mujeres accedan a todas las peticiones y demandas sexuales del hombre. De acuerdo a la formación que reciben las mujeres en nuestra cultura, que tienden al recato y la no erotización de la relación sexual, muchas de las peticiones atentan contra sus creencias y normas. Cuando algunas mujeres se niegan a acceder a las peticiones sexuales, los hombres tienden en algunos casos a hacer uso de la violencia psicológica o física para lograr la relación sexual con su pareja( "es mi señora,.. mi mujer").
Si bien estas conductas están aquí un tanto exageradas, esta es la base de muchas de las disfunciones sexuales en las parejas, entre las cuales las más frecuentes son la eyaculación precoz en el hombre y la frigidez en la mujer.
En la mayoría de los casos ambos síntomas no son sino manifestaciones evidentes de la rigidez con que se vive la sexualidad en nuestra cultura.
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